domingo, 19 de agosto de 2012

La sonrisa de O’Higgins



Por Santiago Bonhomme (Poeta)

Hace unos días desperté pensando, ¿cómo sería la sonrisa de Bernardo O’Higgins?, ¿le faltarían dientes?, por la época lo más seguro que sí. Reconozco que no es el pensamiento más brillante que se puede tener segundos después de despertar; sin embargo se justifica creo, por dos motivos. Acabo de terminar de leer  “Los Platos Rotos” que es la historia personal que hace de Chile Rafael Gumucio, donde el Director del Instituto de Estudios Humorísticos de la UDP se mofa  y nos insinúa la otra historia de Almagro y Ercilla, de las órdenes religiosas, de O’Higgins, Portales, Manuel Montt, Arturo Prat, Pinochet y Don Francisco, y otros nombres que nos han forjado como la nación que hoy somos, la que tenemos. En este libro Gumucio nos muestra lo absurdo que podrían haber sido en la realidad estos personajes, los cuales la mayoría se eterniza en plazas, nombres de calles, universidades, y como no, en el gran calendario de los orgullos nacionales, ese tan empotrado en nuestros rojos más rojos corazones. El autor de la novela describe a muchos de ellos como borrachos, buenos para el opio, timadores, mujeriegos etc. El libro me fascinó, además que lo compré a precio huevo en una nueva librería que hay en Chillán, MAXVAN se llama. 

La otra hipótesis de este profundo pensamiento de cómo sería la sonrisa de O’Higgins, puede valerse por culpa de la polémica de si este 20 de agosto se desfila o no en Chillán Viejo, duda que nació gracias a todos los líos sucedidos el año pasado, estudiantes detenidos, el alcalde dueño de casa indignado, concejales presos, y que a las clásicas señoras que tienen sueños eróticos con los galanes de uniforme, no las dejaran ver la marcha de testosterona, esa fue la gota que rebalsó el vaso de agua caliente. 

Cuando era chico el 20 de agosto lo esperaba con ansias, la noche anterior con suerte dormía, se trataba de una verdadera fiesta republicana, incluso más importante que el 18. Chillán Viejo como nunca se llenaba de gente y de comercio ambulante, más de alguna vez desfilé y en uno, ni más ni menos frente a Pinochet, el máximo exponente de los desfiles en Chile, tanto de vivos como de muertos. Después del desfile nos íbamos al parque a jugar y si el bolsillo de los padres se apiadaba a comer manzanas confitadas y algodones. Lo único negativo era el mal carácter de mi padre previo a esos días, se quejaba porque como vivíamos frente al parque en un terreno considerable, amigos, conocidos y desconocidos le pedían guardar sus autos; eso lo irritaba de sobremanera, hasta que surgían las empanadas y las copas, y a los minutos se convertía en todo un o’higginiano. De adolescente era casi lo mismo, con la diferencia que disfrutaba con la amplia vitrina femenina en que se transformaba Chillán Viejo. Las que desfilaban por el Colegio Santa María me volvían loco. De adolescente-joven odiaba la fecha, un par de años los platillos y bombos castrenses no me dejaron dormir las primeras resacas. En la actualidad me da lo mismo; ya no vivo en Chillán Viejo y no comparto eso de homenajear a un tipo que como dice Gumucio, no se le ocurrió la idea natural de despreciar a un padre que nunca lo quiso, sino todo lo contrario, por años mendigó por conseguir su apellido.  

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