Entero vestido de blanco con un pañuelo azul rodeando seductoramente mi cuello de apenas siete años, para bailar la inocente ronda “dame la mano y danzaremos”, en el clásico acto de la escuela, los fastidiosos lunes por la mañana, de esos autoritarios años ochenta.
Así fue mi primera aproximación a la obra poética de Gabriela Mistral. Me hablaron de una profesora rural de nombre Lucila Godoy Alcayaga, nacida en un perdido pueblo del mapa de nombre Vicuña, cuarta región. Esta profesora también escribía poesía, es más, ganó el célebre premio literario “los juegos florales”, y que con los años adopto el seudónimo Gabriela Mistral.
Me dijeron que hizo clases desde muy joven, casi niña, y que era una profesora autodidacta, sin embargo en 1923 el presidente radical Pedro Aguirre Cerda, le concede el título de Profesora de Castellano. También me contaron que se enamoró perdidamente de un tipo llamado Romelio Ureta, hasta que este tipo se suicido, y dicen que inspiró a la joven Mistral a escribir los “sonetos de la muerte”.
Lo que no me contaron, y tuve que averiguarlo por mi cuenta, fue que el filosofo José Vasconcelos la invitó a México a colaborar con la reforma educativa. Por mi cuenta también indagué que
Otro detalle que olvidaron mis cultos profesores, fue que el gran amor de la poeta no fue Romelio Ureta, ni el poeta Manuel Magallanes Moure, con el cual sostuvo una intensa relación epistolar. El gran amor de su vida fue su secretaria personal, la norteamericana Doris Dana. Permaneció a su lado hasta el día de su muerte en un hospital de Nueva York, convirtiéndose de inmediato en su albacea.
Hace algunos años Doris Dana murió y la propiedad intelectual de
Otra información que me ocultaron es el resentimiento que le tenía
Santiago Bonhomme
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