viernes, 10 de febrero de 2006

Ritmo de Vida


Vivimos en un Planeta que nos lleva por el espacio cual nave con su sistema de navegación bloqueado, condenada a girar y girar en torno a una estrella de 5.600 millones de años de antigüedad y con una temperatura superficial de 6.000 grados celcius.


Nos hemos acostumbrado, y no quedaba otra que hacerlo. Respiramos una mezcla de gases bastante rara en los demás planetas, pero no para nosotros que evolucionamos desde especies marinas con branquias a terrestres con pulmones, luego pasamos de cuatro a dos patas, y de especie animal a especie animal con algunas capacidades.

Con el tiempo fue posible vivir en comunidad, comer cuando se podía, sembrar lo que se tenía y conocer el entorno del que formamos parte.

Este conocer se transformó en una actividad cada vez más valorada, pues permitía cazar más fácil, dormir más tranquilo, comer más variado y predecir ciclos de climas y crecimiento que mejoraron el diario vivir.

La vida no era fácil, pero en general había comida, refugio y comunidades que se mantenían al ritmo que la naturaleza permitía.

Pasó el tiempo y constantemente algunos se dedicaron a conocer más, a plantearse dudas sobre diversas materias, a intentar descubrir aspectos que mejoraran la calidad de vida, de todos, de algunos o al menos de quien lo descubría.

Desde entonces la cantidad de información ha aumentado, ha adquirido valor, ha sido modificada, ocultada o difundida según los criterios y valores de quienes la manejan, haciéndonos cada vez más conocedores, más concientes de nuestro actuar y los posibles efectos relacionados. Con ello ha crecido la necesidad de incorporarse en un ritmo de vida rápido, donde obtener la comida y el refugio implica además incorporar otros elementos, otras actividades y adquirir una serie inagotable de productos que continúan prometiendo la mejor calidad de vida.

Lo triste es que esa mejor calidad de vida no viene en las cajas, bolsas o botellas que compramos. Tampoco está en los minutos y horas dedicados a tantas actividades importantes que no nos queda tiempo para respirar profundo, para escuchar el silencio, para ver reír a un niño o para contar las estrellas entre las nubes.

Quizás este apurado ritmo de vida se deba a lo rápido que nuestro planeta recorre el espacio en su incansable ir y venir entre gases, cometas y estrellas. Mientras estamos tan dedicados a nosotros, el planeta viaja a 108.000 kilómetros por hora. Es una velocidad difícil de asimilar. Sería como ir de Ancud a Arica en 1,8 minutos.

Ahora, si esta velocidad fuera menor, la fuerza de gravedad del sol comenzaría a atraer a la Tierra y cada vez nos acercaríamos más a su acalorada superficie, por lo que para nuestra sobrevivencia es mejor que este loco viaje por el espacio continúe como ha sido por siglos de siglos.

En definitiva, estamos condenados a viajar veloces montados sobre este planeta para esquivar el trágico fin en la superficie del sol, estrella que paradójicamente, es la que permite la vida.

La otra condena es autoimpuesta, ya que vivir a toda máquina, alejado de los ritmos naturales y de los verdaderos valores de la vida es nuestra opción, la que cada día más se asemeja al final del planeta, cuando ya deje de girar.